«Piedra, papel o tijeras»
Gabriel Castillo Suescún ©
Este cuento pertenece al libro «Relatos de una mente desencuadernada».
En una
noche fatídica, la cual quisiera obliterar permanentemente de mi memoria, mamá
se dedicaba a ingerir un trago tras otro, entre carcajadas, anécdotas que yo
poco comprendía en aquel entonces y besos con su novio de turno. Yo estaba
aplastada en un gran sofá blanco, gesticulando una sincera amargura, un sopor,
mientras mi hermana, un año y dos meses mayor que yo, dormitaba sobre mi
regazo. Yo tenía doce años en aquel entonces. Nos habíamos cansado de
insistirle a mamá que nos fuéramos. «En un momentico», decía ella. Cada «momentico»
se alargaba unos cuarenta y cinco minutos; empezaban a contar desde cada vez
que mi hermana y yo emprendíamos nuevamente nuestra misión de persuadir.
Recuerdo haber deseado romper la última botella que reposaba sobre el comedor;
sin embargo, sabía que no tendrían problema en comprar otra y la espera se
alargaría para nosotras, o exclusivamente para mí, sin contar con el castigo
viniente, inevitable, indeseado. Me dediqué a mirar con odio a los presentes,
pero ninguno lo advertía, volviendo inocuo mi intento de reprensión. La música
ensordecía; aumentaban más el volumen con cada botella. Los vecinos parecían
inmunes al estruendo. Deseé que alguien irrumpiera en la fiesta, harto del
escándalo, y obligase, aunque fuera por medio de la ley, a que aquella reunión
tuviese fin lo antes posible.
Cuando
los párpados pesaban ya lo suficiente para que mi incomodidad por dormir fuera
de mi cama resultara incompetente frente al sueño, mamá llegó, con su hablar
enredado y su sonrisa ebria, insoportable, a decirnos que ya era hora de
partir. Mientras se despedía de cada uno de los asistentes, yo intentaba
despertar a mi hermana, evitando ser muy brusca. Se rehízo justo a tiempo; mamá
ya tomaba su bolso y nos indicaba, con su mano, que nos dirigiéramos a la
salida. Le importaba muy poco si nos nacía despedirnos también. Ninguna de las
dos cruzó palabra alguna con los beodos parladores.
Mamá
recostó su borrachera contra el vidrio del ascensor. Mi hermana y yo decidimos
jugar piedra, papel o tijeras, a fin de decidir quién iría en el puesto del copiloto.
En la primera ronda, ambas blandimos unas tijeras. En la segunda, yo decidí
abrir la mano; ella mantuvo sus tijeras y me venció. Resignada, subí a la parte
posterior del auto.
Mamá
intentaba encender el motor, sin mucho éxito. Yo pensaba que ya había esperado
lo peor, así que no desesperaría por eso. Mi hermana guardaba silencio, tal vez
dormía otra vez; sentí envidia, como nunca la había sentido, como jamás la
volví a sentir. Por fin el motor cedió a los intentos de mamá y se puso en
funcionamiento. Salimos lentamente, hacia adelante, del lugar donde habíamos
aparcado. Mamá maniobró, por error, hacia la izquierda, donde el camino en
espiral ascendía hacia otros pisos del parqueadero; nosotras estábamos en el
tercero y la idea, obviamente, era descender. Frenó en seco, maldijo después.
Mi hermana fue retenida por el cinturón, balbuceó una queja y volvió a guardar
total silencio. Según supe, mamá aplicó la reversa y pisó demasiado el
acelerador. Creo haber gritado, creo que mamá maldijo otra vez. El raquítico
muro flaqueó fácilmente. El carro fue a dar al primer piso, junto a la portería
del edificio. Cayó sobre el capote y se aplastó la parte delantera.
Con una lástima postiza, plasmada en sus iluminados rostros, los médicos que rodeaban mi
cama me dieron la noticia: tanto mamá como mi hermana mayor habían fallecido en
el momento del accidente. No pude llorar; los sedantes me lo impedían. En el
momento comprendía mi desamparo, pero no dimensionaba su alcance. Volví a
dormir minutos después; recuerdo haber deseado no despertar, o despertar de
verdad, que aquello fuese el sueño. A veces vuelvo a soñar con el fatídico
momento y deseo, intensamente, empuñar mi mano y vencer las tijeras de mi
hermanita; pero me retracto al despertar y pensar que ella, viviendo una vida
desmadejada, descolocada, como la mía, estuviese contando esta historia.
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