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📝 Un cuento basado en un accidente ajeno: 'Piedra, papel o tijeras'

 «Piedra, papel o tijeras» Gabriel Castillo Suescún  © Este cuento pertenece al libro «Relatos de una mente desencuadernada».      En una no...

viernes, 7 de enero de 2022

📝 Un relato propio, titulado: 'Una ocasión especial'.

Relato: «Una ocasión especial».
Autor: Gabriel Castillo Suescún.
Para el concurso: #cuentosdenavidad.





El rechinar de su silla mecedora se mezclaba con las risas y los correteos sobre la madera crujiente de la vieja casa familiar. Un santuario rústico que se había destinado exclusivamente a las reuniones desde que murió su esposa. Voces que pedían un poco de calma eran ignoradas. «Ojo se caen por estar brinconeando», reprendía Astrid, la mayor de sus hijas. «Cuidado con abrir los regalos, que los estoy vigilando», advertía Emilia, la menor. Los nietos, ni mermaban el ruido, ni la velocidad de sus movimientos. Los adultos, alrededor de la mesa, se movían frenéticamente de aquí para allá, culminando los preparativos para recibir la Navidad como era debido: en familia; ante un buen plato de comida casera y una copa rebosante de algún vino que se había reservado para una ocasión especial, como siempre lo fue esta. Se mecía en su plenitud, viéndolos estar y ser y sentirse unidos. ¿No era eso lo que añoraba Olga en vida? Tuvo que irse para saber que se había hecho su voluntad. Quizá los observaba desde algún lugar etéreo y más o menos distante.

Estaba todo listo, por fin. Los niños habían cesado el ruido y estaban sentados, todos juntos. Sus hijos lo ayudaron a caminar, sin que él permitiese que le extrajeran su bastón de las manos, hasta la mesa. Acercaron luego la silla mecedora y, así, don Jacobo encabezó la comitiva. Los hijos levantaron las copas en aras de brindar. Él hizo lo propio. Los niños, solícitos, observaban la escena con curiosidad. Chocaron los vidrios y libaron sus copas. Él libó también. Y bebió un trago largo y dos y tres. Entornó los ojos mientras lo hacía, luego los cerró con fuerza, sintiendo el calor del licor rozando el esófago. Cuando abrió los párpados, se encontraba sentado frente a la esquina donde se suponía que debía de estar el arbolito lleno de luces, sobre un séquito de regalos. El silencio era inmenso, totalitario. En la mesa no había más que dos sillas, que lo esperaban. Una para él y otra para esa parte del pasado que se negaba a olvidar.

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