PRÓLOGO
Por medio de un tejido de
descripciones precisas y movimientos corporales al mejor estilo de Prozac
Nation, conflictos circunstanciales divididos en actos, acercamientos de
rostros y gestos que rayan con la obsesión de Mort Drucker en la revista MAD, y
un equilibrio aceptable entre diálogos y situaciones, etcétera, Gabriel narra
el punto de no retorno de Cloe, arriesgándose a simular una narrativa maquinada
en realidad por una mujer, una
adolescente amarga que anda por el mundo a la defensiva, que pasa sus días
llenando su bitácora y realizando diseños por encargo, intentando pasarla bien
con sus pocos amigos humanos y sus amigos etílicos, mientras intenta formarse
un sentido de la vida —que desafortunadamente existirá nunca para nadie—,
sentido que desaparece abruptamente, víctima de una sucesión de eventos
adversos y, en últimas, de la violencia recibida por todos los canales posibles
(en este punto mi mente me lleva a recordar, sin permiso, Los días de la
ballena, porque en esta peli sucede algo similar, un puñado de sueños de
jóvenes creadores se ve cuarteado por la lascivia del crimen y del sacrificio
del otro a cambio del propio y retorcido placer: es este tal vez el contorno
del mosaico que es nuestro retrato generacional). Así que El corazón
cenicero es una novela sobre la violencia y el odio y las consecuencias que
estas pueden tener en el mundo psicológico de una persona —de un personaje, en
este caso—. Es la imposibilidad, la impotencia, resultado del sentimiento de
marginalidad, lo que comparte de alguna forma Cloe con Martina, la protagonista
de Lo que dicta la voz, que es la primera novela publicada por el autor.
Lo que le sucede a Cloe nos refleja esa
posibilidad de que, cuando un personaje decide cambiar de parecer —no de
parecer sino de deseo—, todo se vaya para el carajo y vuele sangre por las
paredes hasta alcanzar el techo. Nos muestra el lado fosco de las relaciones
humanas. Aquella desconfianza y recelo básicos en la personalidad de Cloe, tras
vivenciar ciertos puntos críticos, la lanzan a la paranoia, y luego la paranoia
al odio y el odio a la agresividad como respuesta genérica frente a la adversidad,
incluso llegando a exhibir actitudes psicopáticas (un movimiento que ya hemos
visto en La Haine, El odio, la película de Mathieu Kassovitz;
esto es, las consecuencias del resentimiento social); por tal motivo es esta la
historia también de una venganza, y de dos y de tres, aunque con motivos
abstractos y difíciles de dirimir; este rumbo es esperable cuando se vive en
una ciudad en la que la sangre se ha vuelto pintura para las paredes y las
balas vuelan por entre las rendijas que forman las anchas hojas de los palos de
mango y los pillos por encima de los techos, en una ciudad en la que está
perfectamente bien invadir al otro y aprovecharse de él y magullarlo y tal vez
pervertir su libertad sexual y quizá desaparecerlo luego para que la fiesta continúe.
Hace poco un amigo hizo el comentario de que Medellín llegó a ser la ciudad más
violenta en el mundo en algún momento, por allá en los noventas, etcétera;
cuando se vive en una ciudad de tales rasgos lo natural es nacer con una
semiautomática calibre 38 en la axila. Además, esta historia también intenta
abordar el asunto de la violencia vuelta sobre sí mismo, una suerte de crueldad
interiorizada que puede seguirse en Cloe, por ejemplo, considerando su
lamentable tabaquismo…, y el ejemplo más claro de todos: el miedo de hacerse
daño a sí misma, pudiendo despicar las botellas de licor vacías regadas por
toda su habitación durante sus encierros depresivos, llegando al punto de
traspasar los líquidos en botellas de plástico, para no irse a dañar y poder seguir
embriagándose.
(Los saltos sutiles en la estructura narrativa
—fragmentos intercalados entre un narrador omnisciente y la propia voz del
personaje— logran generar en el lector la sensación de distanciamiento que
nace, a su vez, de los momentos en que Cloe se ve abstraída, alienada: a veces
parece, extrañamente, que el narrador externo aterriza en el libro cuando Cloe
está tan ocupada o tan encartada con su vida que le queda imposible narrar-se.
Además, elementos como las regresiones, escenas en diferido, los círculos de
epítetos y uno que otro artefacto propio del cine, van dando forma y sentido a
la novela; supongo que el uso de estos recursos tiene que ver directamente con
lo que es el perfil de Gabo, quien es también estudiante de audiovisuales y MC,
revoltijo en el que ha producido algunos cortometrajes y videoclips)
Si bien El corazón cenicero es una novela
completa y cerrada sobre su propia línea argumental, sigue siendo un texto con
múltiples puntos de fuga, inquietudes con las que irse a pensar luego de
terminar su lectura, pero en este caso vale la pena resaltar dos de ellos,
fundidos en una dupla: el delirio ni tan delirio de haber perdido el control
sobre el propio bienestar y la insurrección sociópata.
—Pablo
Armijos.
ALTERIDAD
Ni siquiera escuchó
cuántos años dictó la sentencia. Su atención tenía su único foco en el rostro
de sorpresa de Elías. La sonrisa de Cloe al presionar cada vez más sobre la
primera abertura. Una más. Y otra. El ímpetu de él, desvaneciéndose frente a
ella, era en lo único que podía pensar. Recordarlo con tanto detalle.
Enfermizo. Remordimientos, exangües, no alcanzaban a cumplir su labor. Saborear
cada puntada. El desplome, la extinción del aliento, la sevicia.
Meses pasaron antes de poder pensar en otros
asuntos. Sus acciones rutinarias eran más que mecánicas, evitándole, incluso,
enfrentamientos con sus compañeras de confinamiento. Comer por inercia; tomar
sol por obligación; leer de vez en cuando; hablar nunca. ¿Qué pensaría su
padre? Ni en ello pensaba. Lo que pensara su madre importaba menos que nada.
¿Cómo estaría Jenny? ¿Se negaba a visitarla? La risa de una chiquilla
aterrizaba en sus oídos, provocando una extraña sonrisa en ella. Poco a poco
regresó de su insensatez. Nunca arrepentida, cabe aclarar. Sobre su condena
supo después. Lo aceptó, sin más.
En el camino hacia su entrega fue renunciando a
la cordura. El trecho casi eternizado, repleto de pensamientos beligerantes que
obstaculizaban su tranquilidad. Al llegar ya no era ella, era otra, u otras,
era quien nunca creyó que podría ser.
PRIMERA PARTE:
AUSENTE DE SÍ
1
La frescura del ambiente se entrometía en mis
asuntos personales, disfrazada de leve ventisca, colándose por la ventana y
erizando la piel. Las nubes grises habían conquistado a cabalidad la amplitud
del cielo; lo noté al asomarme por la ventana. La lluvia, esperando no ser muy
inoportuna, estaba próxima a hacer su aparición, anunciándose por medio de
estrepitosos truenos y relámpagos que cubrían el cielo de blancos destellos. El
reloj marcaba las once y trece minutos de la noche. Lancé, sin mirar dónde
caería, la colilla del último cigarrillo que me restaba, calcé los tenis negros
que reposaban bajo la cama, me atavié con una chaqueta de cuero y salí en busca
de más nicotina, con el fin de saciar mis ansias y confundir a la soledad; quise
hacerle creer que era bienvenida, que no incomodaba con su presencia, con su
persistencia en quedarse aquí y en pasear por la casa cada vez que le viniera
en gana. Para mi sorpresa, aún estaba abierta la tienda que distaba cuatro
casas de mi edificio.
Pinta súper bien! Excelente prólogo.
ResponderBorrarMuchas gracias, Denisse.
ResponderBorrarEl prólogo me gustó bastante desde el primer borrador que me envió el colega; caja perfectamente con lo que pretendí al escribir al libro.